Diputado Vicente Sánchez Henríquez propone utilizar la tecnología como
principal método de control migratorio
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*SANTO DOMINGO. -* El presidente de la Comisión Permanente de Tecnología de
la Información de la Cámara de Diputados, Vicente Sánchez Henríquez,
realizó...
“Ha llegado la hora de partir”, dijo Leonel tras anunciar su renuncia formal e irrevocable del PLD
lunes, 21 de octubre de 2019
Redacción CNS.-
SANTO DOMINGO.- “Ha llegado la hora de partir”, fueron las palabras del
expresidente Loenel Fernández tras anunciar, de manera irrevocable, su formal
renuncia “a mi condición de Presidente y miembro del Partido de la Liberación
Dominicana (PLD).
Leonel Fernández |
Fernández
anunció, además, la creación de un nuevo
proyecto político: la Fuerza del Pueblo, que procurará conquistar por fuera lo que desde adentro nos
fuera usurpado: la esperanza del pueblo dominicano por siempre construir un
mejor futuro.
Subrayó,
también, que su salida del partido morado se debe a que el el PLD de Juan Bosch
ya no existe.
En su discurso
transmitido por una cada de radio y televisión, Fernández acusó a la corriente
de Danilo Medina, de haber convertido el gobierno “en un ente rencoroso y
vengativo. Es un gobierno que acosa, que silencia las voces que se le oponen,
que presiona y que no se sonroja para atropellar”.
Fernández
argumentó, también que el equilibrio partidista se resquebrajó en el PLD y que
la facción grupal, “ahora en forma de categoría de Estado, se instaló en el
Comité Político, a través de la creación de un cenáculo que para un partido de
vanguardia recibió un nombre extraño e inapropiado: la OTAN”.
En ese sentido,
dijo que es grupo del Comité Político ha creado una oligarquía de hierro,
completamente desconectada de las estructuras del partido, que se reúne siempre
con anticipación para llevar sus propuestas previamente acordadas al máximo
organismo de dirección política.
“Esa oligarquía
de hierro opera en forma de una casta. No tiene visión de partido, en el
sentido de ser una organización que integra y representa a todos sus miembros.
Se comporta en forma autoritaria. Aún en condiciones de absurdo e
irracionalidad, actúa sólo interesada en la defensa de sus intereses grupales.
Su noción de lealtad es bastante singular: responde al poder de un decreto
presidencial”, añadió.
A continuación
el texto completo del discurso:
Durante mi
última intervención televisada prometí hacer referencia a la situación por la
que en estos momentos atraviesa el Partido de la Liberación Dominicana (PLD).
Hoy lo hago con
gran pesar; y esto así, en razón de que durante los últimos 46 años, el Partido
de la Liberación Dominicana, el partido fundado por Juan Bosch, ha sido mi hogar
político.
Inicié mi
participación en la política a través del Partido Revolucionario Dominicano
(PRD), donde estuve organizado en un Comité de Base, de la Zona B, en Villa
Consuelo. Al mismo tiempo, en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD),
donde ingresé en 1971, pasando a ser miembro del Frente Universitario
Socialista Democrático (FUSD), apéndice estudiantil del partido blanco.
Pero tan pronto
se produjo la ruptura del PRD, en noviembre de 1973, pasé inmediatamente a
formar parte del PLD, así como de su núcleo universitario, la Fuerza
Estudiantil de Liberación (FEL).
Eran los días
de consignas como las de ¨Ser peledeísta es ser un soldado, valiente,
consciente y disciplinado¨, de la creación de la Ciudad de la Alegría, en la
universidad, y de la realización del Congreso Salvador Allende.
A decir verdad,
cuando miro hacia atrás, reconozco que el PLD ha sido clave en mi vida. Ahí
empecé como miembro de un Círculo de Estudios. Luego, como miembro de un Comité
de Base. Posteriormente, como activista en la Línea Noroeste; y después de 12
años de militancia, como miembro del Comité Central.
Escribía para
el periódico Vanguardia del Pueblo, donde era responsable de su sección
internacional. Durante varios años fui director de la revista Política: Teoría
y Acción.
En adición,
llegué a desempeñar los cargos de Secretario de Prensa y Secretario de Asuntos
Internacionales. Toda esa experiencia ha sido recogida en mis libros, Años de
Formación y Años de Avance.
En el PLD pude
conocer y tratar a personas maravillosas, de vida pulcra y espíritu patriótico.
Establecí relaciones con seres humildes, con líderes sindicales, con
campesinos, profesionales, comerciantes, músicos, poetas, pintores.
En fin, tuve el
inmenso placer de desarrollar vínculos con personas íntegras, sensibles,
laboriosas, impulsadas tan sólo por el único deseo de ser parte de un hermoso
proceso de transformación económica, social y política en la República
Dominicana.
Naturalmente,
la gran suerte de mi vida fue haber tenido el honor y privilegio de establecer unos lazos afectivos, de trabajo y
amistad, con uno de los más destacados pensadores y líderes políticos de la
época contemporánea, no sólo de nuestro país, sino de América Latina y el
mundo: el profesor Juan Bosch.
Esa relación me
transformó para siempre. A través de sus escritos aprendí a conocer sus ideas y
comprender el mundo. Leía con avidez sus textos y quedaba tan impactado que
hasta me aprendía de memoria párrafos enteros de sus libros, como, por ejemplo,
Crisis de la Democracia de América en la República Dominica; Dictadura con
Respaldo Popular; y El Pentagonismo, Sustituto del Imperialismo.
Pero compartir
con él. Escuchar sus análisis y comentarios sobre diversos temas. Oír sus
recomendaciones. Asimilar sus enseñanzas. Esa fue la gran experiencia, que no
sólo me brindó una orientación, sino que le proporcionó sentido y significado a
mi existencia.
En las
elecciones de 1994 fui candidato a la Vicepresidencia en la boleta electoral
que por última vez llevó al Maestro Juan Bosch como aspirante a la Presidencia
de la República.
Más rápido de
lo previsto, dos años más tarde, en 1996, ostentando la representación del
Partido de la Liberación Dominicana, subía, por vez primera, las escalinatas
del Palacio Nacional. Lo hacía con orgullo, con ilusión, porque comprendía que
nuestra generación había encontrado la gran oportunidad histórica para
introducir cambios trascendentales en la vida nacional.
Así lo hicimos.
Ese primer gobierno del PLD, de 1996 al 2000, fue para muchos un gobierno
ejemplar. Constituyó un nuevo capítulo en la historia nacional. No sólo
simbolizó un cambio generacional en la vida política del país, sino una
transformación sustancial en la calidad de los servicios, la modernización y el
progreso del pueblo dominicano.
En algunos
sectores siempre se ha levantado la pregunta del por qué si presuntamente ese
gobierno fue tan bueno, no resultamos victoriosos, en las elecciones
presidenciales del año 2000.
A eso también
respondí, en su momento, diciendo: ¨Los que no saben por qué perdimos es porque
nunca entendieron por qué ganamos¨.
Con eso quería
hacer referencia al hecho de que nuestro triunfo en las urnas en el 1996 no se
debió a que como organización política tuviésemos una base electoral propia,
sino a la circunstancia de que en la primera ronda electoral tuvimos una
migración de voto reformista a nuestro favor; y en la segunda vuelta, el pleno
respaldo del doctor Joaquín Balaguer y del Partido Reformista Social Cristiano.
En la
construcción de una base social propia de apoyo electoral, el PLD alcanzó su
clímax en el 1986, cuando conquistamos el 18 por ciento de los votos. Cuatro
años después, en 1990, cuando hasta ese momento obtuvimos nuestro mayor índice
de desempeño electoral, alcanzamos cerca del 35 por ciento del respaldo
popular.
Pero ese 35 por
ciento no era enteramente nuestro. Había un segmento importante de ese núcleo
de electores que había migrado del PRD hacia nuestra organización, con la
intención de procurar un triunfo sobre el Partido Reformista Social Cristiano.
En las
elecciones siguientes, de 1994, sufrimos el único descenso electoral, luego de
que en 1978, cuando sólo conquistamos el 1 por ciento de la votación, empezamos
a crecer en cada proceso electoral siguiente, alcanzando el 9 por ciento en
1982; el 18 por ciento en 1986; y a cerca del 35 por ciento, en 1990, como
acabamos de decir.
La gran
conversión del PLD en la principal organización política del país, luego de que
el profesor Bosch plantara su semilla, empezó, realmente, a tener lugar en ese
gobierno de 1996-2000.
En las
elecciones presidenciales del año 2000 logramos alcanzar el 25 por ciento de
los votos. Hasta entonces, en toda la historia del PLD, nunca habíamos
conquistado tal nivel de votación contando con nuestra propia base social de
apoyo.
Para el 2002, a
pesar del llamado ¨ciclón batatero¨, que le proporcionó al PRD el dominio de
las cámaras legislativas y un gran número de alcaldes, lo cierto es que ese
partido, en tan sólo dos años, descendió de un 49 por ciento de las votaciones
a un 42 por ciento, mientras el PLD ascendió de un 25 por ciento, como acabamos
de indicar, a un 33 por ciento de apoyo de los electores.
Así pues, para
el 2002, ya el partido morado representaba el 33 por ciento del electorado
nacional. Dos años después, en 2004, con motivo de la devaluación del peso
dominicano, la hiperinflación y el colapso del sistema financiero, generados
durante el gobierno del PRD, retornamos al poder, con casi el 58 por ciento de
los votos, bajo la consigna que repercutió por todos los confines de la República,
de: ¡E´Pá Fuera Que Van!
A partir de ese
momento, el Partido de la Liberación Dominicana se transformó en la más exitosa
organización política de la historia nacional. Desde entonces ha cosechado seis
triunfos electorales consecutivos, por encima del 50 por ciento, en los niveles
congresuales, municipales y presidenciales, por encima del 50 por ciento.
Si a eso se
añade la primera victoria de 1996, entonces serían siete, de las nueve
elecciones que se han celebrado en el país durante los últimos 23 años.
Como me
correspondió el honor de encabezar el primer triunfo del 1996, y desde el 2002
hasta la fecha, he sido Presidente del PLD, esto es, desde hace 17 años, puedo
afirmar, sin caer en ningún acto de inmodestia, que he estado en el corazón o
en el centro de, por lo menos, seis de esas siete victorias.
Distinguidos
Televidentes:
A pesar de que
dentro del PLD, como en cualquier organización política, siempre abundan los
conflictos, los que actualmente afloran dentro de las filas del partido morado,
nada tienen que ver, por lo menos de mi parte, con un tema de egoísmo o lucha
de poder, como a veces erróneamente se afirma a través de los medios de
comunicación.
Tienen que ver,
más bien, con lo que considero son problemas de valores, principios, actitudes
y comportamientos en la vida política; y el primero de esos valores y
principios se refiere, a su vez, a la Constitución de la República.
Durante mi
primer período de gobierno, el doctor Joaquín Balaguer, pensando de buena fe en
el futuro del país, me propuso, formalmente, la realización de una reforma a
nuestra Carta Magna, con la finalidad de presentarme a una reelección
presidencial en el año 2000, para un segundo período consecutivo.
Agradecí en los
mejores términos esa propuesta por parte de esa leyenda de la política nacional
que es el doctor Balaguer, pero opté por declinarla, indicándole al viejo líder
que en la historia de los pueblos de América Latina y de la República
Dominicana, cada vez que un hecho así ocurre, genera fuertes tensiones políticas,
dando origen a gobiernos dictatoriales.
Así pues, en
lugar de proceder a una modificación de la Constitución, lo que hice fue lo que
tenía que hacer como buen peledeísta: apoyar, sin reservas, con toda mi fuerza,
al entonces candidato presidencial de nuestro partido y actual Presidente de la
República.
No tuvimos
éxito, como hemos referido, pero fue por la circunstancia de no haber podido
reproducir los factores que permitieron el acceso al poder en el 1996.
Ahora bien, en
esos comicios del año 2000, los resultados finales fueron 49.8 por ciento en
favor del candidato del PRD; y 24.7 por ciento en respaldo del candidato del
PLD. Eso significaba, desde el punto de
vista legal, que tenía que realizarse una segunda ronda electoral.
Eso así, en razón
de que para ser proclamado como ganador, el candidato del PRD requería alcanzar
el 50 por ciento más uno de los votos. No los había conquistado, pero de hecho
había ganado, pues en la percepción pública ya se vislumbraba como tal.
En ese
contexto, nuestro candidato que, insisto, sólo había capturado cerca del 25 por
ciento del electorado, presionaba a la dirección del partido para que se
formara una comisión del Comité Político a los fines de visitar al doctor
Balaguer en procura de conquistar su apoyo para una segunda ronda electoral.
El anciano
caudillo reformista, viendo la realidad del cuadro que se presentaba, desestimó
la propuesta. No hubo segunda vuelta; y el candidato del partido del jacho fue,
finalmente, proclamado como ganador.
Lo que cabe
observar aquí, sin embargo, como característica, es la obstinación frente a lo
imposible del entonces candidato y hoy Presidente de la República. Fue la
primera vez que puso en evidencia ese rasgo conductual, de no comprender los
límites de las cosas, sino considerar que, por mera voluntad, todo es posible.
Para el 2004,
resultaba incontrovertible que yo sería el candidato, no sólo del PLD, sino del
país, para terciar en los comicios presidenciales de ese año, que ganamos en
forma arrolladora. Al fin y al cabo, era el único referente viviente con
experiencia para gerenciar el Estado, que entonces se encontraba sumergido en
una grave situación de crisis.
En el 2007, el
actual presidente renunció a su cargo de Secretario de Estado de la Presidencia
para intentar obtener la candidatura presidencial por el PLD. Todas las
encuestas de aquella época me presentaban como virtual ganador en las primarias
del partido. Ninguna indicaba lo contrario.
Era natural que
así fuese. Después de nuestro retorno al poder, la crisis económica y social
heredada del anterior gobierno cedió, y aunque luchábamos con el impacto de la
crisis financiera global y la del alza de los precios del petróleo y de los
alimentos, precisamente, en el 2007, todo indicaba que tenía la reelección
asegurada.
Además, en esa
ocasión no tenía ningún impedimento constitucional. Mi antecesor la había
modificado para su propio provecho político. Así, en esas condiciones, lo que
normalmente se estila en el mundo democrático es que el gobernante de turno no
es desafiado por ningún otro miembro de su partido, dejándole el paso libre
hacia un segundo mandato consecutivo.
No ocurrió así
en el caso nuestro. El exsecretario de la Presidencia nos desafió en la lucha
por la nominación presidencial del PLD para las elecciones del 2008. De nuevo
volvió a obstinarse y empecinarse con lo que resultaba una quimera imposible de
alcanzar.
Sucedió, por
consiguiente, lo que tenía que suceder: ganamos esas primarias de nuestro
partido con un 70 por ciento a nuestro favor. El actual presidente, sin
embargo, nunca reconoció nuestra victoria. Nunca nos felicitó.
Al revés, dijo
que le había vencido el Estado. No participó en la campaña electoral. Nunca se
integró, y el día de las votaciones, por si hubiese dudas, exhibió públicamente
su voto para evidenciar que lo había hecho por su partido, el de la Liberación
Dominicana.
Supongamos
ahora que hubiese ocurrido lo contrario. Que el ex titular de la Secretaría de
la Presidencia hubiese vencido en la contienda. En ese caso es evidente que
habría humillado al Presidente de la República, quien, entonces, no habría
estado en condiciones de promover su candidatura al solio presidencial.
De esa manera,
por supuesto, nuestro candidato habría perdido. Pero la obstinación frente a lo
imposible ofuscó la claridad de pensamiento, conduciéndolo a una derrota
inmerecida, la cual pudo haberse evitado.
Algunos de los
que hoy levantan sus voces, de manera soberbia y altisonante, dejaron entonces
abandonado a su líder actual. Se aferraron complacientemente al nuevo gobierno
y dejaron que el candidato derrotado emprendiera solo su travesía por el
desierto.
Pasado ese
proceso, el hoy presidente se incorporó de manera normal a los trabajos del
Comité Político. Hay quienes me han señalado que cualquier otro adversario
distinto a mí, luego de lo acontecido, habría procurado eliminarlo como
competidor, tal como se predica en el clásico texto de Robert Greene, Las 48
Leyes del Poder.
Sin embargo, no
es mi caso. No está en mi naturaleza ser así. Para hacerlo tendría entonces que
renunciar a mi propia condición humana.
En las
elecciones congresuales y municipales del 2010, el Partido de la Liberación
Dominicana llegó a la cima de su gloria. Obtuvo 31 senadores, decenas de
diputados y una gran cantidad de alcaldes.
La mayoría de
esos legisladores electos me visitaron a Palacio, para indicarme que estaban a
mi disposición para realizar una reforma a la Constitución que me permitiese un
tercer período consecutivo. Se recogieron dos millones de firmas para
persuadirme de la necesidad de continuar al mando. Se realizó una gran
concentración en el Palacio de los Deportes, a tales fines.
En mi
intervención, sin embargo, dejé claro, sin titubeo alguno, que endosaba esos
dos millones de firmas al Partido, debido a que la Constitución de la República
me impedía una nueva reelección.
Se aproximaban
las nuevas elecciones presidenciales del 2012. El actual Presidente de la
República no marcaba bien en las encuestas. La Primera Dama, Margarita, por el
contrario, se encontraba en una posición de preferencia.
En una de las
decisiones más difíciles de mi vida, le solicité, sin embargo, que abandonase
su legítimo derecho a aspirar por la candidatura presidencial, dejándole así,
al Presidente el camino despejado para la obtención de su candidatura a la
primera magistratura del Estado.
Si en aquel
momento hubiese intentado imponer a la Primera Dama como candidata, sabía lo
que ocurriría. El partido se habría dividido; habríamos perdido las elecciones;
y yo habría sido el responsable histórico de esa derrota.
Luego, con 30
puntos por debajo en las encuestas frente a su antiguo rival del PRD en los
comicios del 2000, le ayudamos, con gran dedicación y empeño, para que viera
cristalizar su sueño de ver la banda tricolor colocada sobre su pecho.
Todo eso se
hizo a cambio de nada. Nunca se solicitó un Ministerio, una Embajada o un
Consulado. Nada. Se hizo porque así nos formamos los peledeístas auténticos.
Al Presidente,
en su hora de penumbra, no se le empujó hacia el abismo. En los momentos en
que, por razones de méritos, le correspondía la oportunidad, hicimos hasta lo
indecible. En circunstancias en que su candidatura aún no concitaba suficiente
respaldo, le servimos de apoyo.
Esa ha sido
siempre nuestra forma de pensar y proceder.
Creo en valores y principios. Creo en el respeto a la Constitución, en
la preservación de la democracia, como sistema político y en la consolidación
de un Estado fundado en los criterios de legalidad y legitimidad.
Pero, de igual
manera, me inclino frente al sentido del honor, de la dignidad, del decoro, del
respeto, de la decencia, de la cortesía, de la amistad, del mérito y, en fin,
en la ética del intercambio de las relaciones humanas.
Señoras y
Señores:
Al abandonar el
gobierno, en agosto del 2012, mi nivel de aprobación llegaba al 74 por ciento.
Pero eso, que en principio debió servir de estímulo y aliciente, obró, por el
contrario, en mi contra.
Sirvió, en
realidad, para que mis adversarios, de adentro y de afuera, pusieran en
ejecución una intensa y despiadada campaña de demolición moral que intentaba
hacerme desaparecer del escenario político nacional, al tiempo de destruir
nuestro legado en beneficio del progreso y el bienestar del pueblo dominicano.
El gran
dramaturgo irlandés, Bernard Shaw, al referirse al destacado líder
revolucionario soviético, León Trotsky, solía decir que era tan fiero en el
combate político que podía cortar la cabeza de su adversario y exhibirla en
público sangrante, pero no se permitía tocar el carácter privado de su víctima.
La despojaba de todo prestigio político, pero le dejaba su honor intacto.
Aquí fue todo
lo contrario. Se aplicó un plan de descrédito, nacional e internacional, a
través del cual se lanzaron mentiras, falacias, insultos, inmundicias y
groserías, todo destinado a hundir mi persona y desmoronar mi imagen.
Con el tiempo
empezó a verse claro que ese plan de descrédito en mi contra era parte de un
proyecto político, bien concebido, dirigido a perpetuarse en el poder. De ahí
la reforma de la Constitución en el 2015, realizada con el único propósito de
hacer viable la reelección presidencial.
A pesar de mi
oposición a dicha reforma, y a pesar del diabólico plan de destrucción, al que
me he referido, con la finalidad de mantener la unidad del PLD y de que se
ganasen de nuevo las elecciones del 2016, puse en segundo plano mis propios
valores, creencias y forma de actuar. Acepté suscribir un acuerdo de 15 puntos,
firmado por todos los miembros del Comité Político.
En esa ocasión,
la obstinación frente a lo imposible funcionó debido a que se actuaba desde una
lógica de poder; y el criterio de que la fórmula de dos períodos de ejercicio
presidencial y nunca más debería ser la norma a tomar en consideración, fue
aceptada por distintos sectores.
Pero ese
acuerdo valió de poco a la hora de ejecutar medidas que constituían una
obligación a cargo del grupo oficialista. Se incumplieron, de manera
atropellante, varios de sus acápites, incluyendo, recientemente, el impedimento
para que el compañero Demóstenes Martinez asumiera la Presidencia de la Cámara
de Diputados.
Ese
incumplimiento, claro está, fue la reacción airada, furiosa, frente al
movimiento popular que se vio compelido a tomar las calles para frustrar una
segunda reforma constitucional consecutiva, la cual ni siquiera Trujillo se
atrevió a realizar para continuar un tercer mandato continuo.
Bajo la
consigna de que la Constitución no está en venta, distintos sectores de la
sociedad dominicana, desde los más humildes, como los motoconchistas, hasta
profesionales de diversas ramas, artistas, religiosos, sindicalistas y
empresarios, levantaron su voz de protesta.
Fueron días
espléndidos e inolvidables de lucha, de batallar por una causa, que, al menos
por un instante, le devolvieron a la política su sentido de mística, de
dignidad y de patriotismo.
Luego han
venido las elecciones primarias abiertas del PLD, celebradas el pasado 6 de
octubre. Esas elecciones constituyen una mancha y una vergüenza en la historia
del PLD. Se emplearon todas las maniobras malígnas concebibles hasta llegar a
convertirlas en lo que realmente son: el primer matadero electoral automatizado
del siglo XXI.
A pesar de
haberse hecho uso, en forma grosera, de miles de millones de pesos, de alzarse
con todo el peso institucional del Estado, de contar con el involucramiento
activo de ministros, gobernadores, directores departamentales, alcaldes y
militares, la Fuerza del Pueblo salió triunfante.
La Fuerza del
Pueblo venció al Estado. Demostró que a pesar de todas las adversidades y
vicisitudes, es hoy, por sí misma, una fuerza política respetable, con peso
específico en la República Dominicana.
Las fuerzas
gubernamentales ni vencieron ni convencieron; y para intentar imponerse, sus
miles de millones de pesos invertidos resultaron insuficientes, pues tuvieron
que recurrir, en adición, a la
realización de un fraude electoral.
Ese fraude
estuvo programado para entrar en funcionamiento desde las primeras
informaciones transmitidas sobre resultados de los cómputos, pero se aceleró e
intensificó cuando con el 90 por ciento de las mesas computadas, la tendencia
nos proyectaba como ganador.
Fue ahí,
precisamente, cuando a partir de las 6:30 p.m. sólo faltando por computar el 10
por ciento de las mesas o 200 mil votos, sobre el millón 600 mil que ya se
habían computado, que se produjo el fenómeno que ha dejado a destacados
especialistas de la ciencia de la data y de las estadísticas en estado de
desconcierto y de perplejidad.
Nunca habían
visto un hecho semejante. Aseguran que lo que se produjo fue por una de dos
razones: por milagro o por fraude. Sostienen que lo acontecido en esa recta
final de los cómputos fue algo inusual, que no parece responder a una causa
natural.
Esto último
está dicho en lenguaje muy diplomático. En realidad, lo que se ha querido hacer
significar es que lo ocurrido está más allá de la capacidad humana.
Digámoslo claro.
Ni con el fraude que habían montado nos ganaban. A las 6:30 p.m. entraron en
pánico. Pisaron el acelerador y dejaron la huella del crimen.
Manteniendo
mesas abiertas hasta la 1:45 de la mañana del día siguiente a las votaciones,
lograron que en las distantes provincias del Sur votara el 70 por ciento de los
electores, cuando el promedio nacional sólo alcanzó el 25 por ciento.
¡Que barbaros!
¡Qué crimen contra el pueblo y la democracia!
Ahora hemos
solicitado que se haga una auditoria forense integral. Esa auditoría equivale a
una especie de autopsia sobre el cadáver del fraude electoral automatizado.
Exigimos que esa autopsia sea de verdad, siguiendo los estándares
internacionales establecidos. Que los médicos patólogos a intervenir en ese
examen lo hagan en presencia de nuestros equipos técnicos y de nuestros
asesores.
La Junta
Central Electoral no debe temer la realización de una auditoría forense
conforme a los requisitos que hemos solicitado. Nadie la ha acusado de haber
causado ese fraude. Todo el mundo sabe que sus integrantes son personas
íntegras y de respeto.
Los causantes
son otros. Por tanto, la Junta Central Electoral no pierde nada; y sí ganaría
mucho, en autoridad y prestigio, si deja que los hechos fluyan y permite que
los médicos de patología informática hagan la disección al cadáver del fraude.
Al hacerla,
deberán cortar los tejidos y órganos en descomposición de todo el cuerpo,
cabeza, tronco y extremidades; exhibir sus vísceras purulentas; y establecer
con precisión, en el acta de defunción, cuáles fueron las causas reales que
provocaron la muerte, por fraude, del primer experimento fallido de voto
automatizado en la República Dominicana.
Negarle al
pueblo dominicano ese derecho, sería arrojar mayores sombras sobre un proceso,
ya de por sí enteramente desacreditado y deslegitimado.
Pueblo
Dominicano:
Nada de lo que
acabamos de narrar ha debido ocurrir. Si ha tenido lugar, ha sido por la
imprudencia, la tozudez y la creencia de que el poder no tiene límites; de que
el poder es para usarse; de que se hace lo que conviene; y de que el poder no
se desafía.
Pero allá, en
el fondo, emerge una vez más, como factor oculto, la obstinación por hacer
realidad lo que resulta imposible.
En ese
contexto, el gobierno se ha convertido en un ente rencoroso y vengativo. Es un
gobierno que acosa, que silencia las voces que se le oponen, que presiona y que
no se sonroja para atropellar.
El equilibrio
partidista se resquebrajó. La facción grupal, ahora en forma de categoría de
Estado, se instaló en el Comité Político, a través de la creación de un
cenáculo que para un partido de vanguardia recibió un nombre extraño e
inapropiado: la OTAN.
Ahí se ha
creado una oligarquía de hierro, completamente desconectada de las estructuras
del partido, que se reúne siempre con anticipación para llevar sus propuestas
previamente acordadas al máximo organismo de dirección política.
Esa oligarquía
de hierro opera en forma de una casta. No tiene visión de partido, en el
sentido de ser una organización que integra y representa a todos sus miembros.
Se comporta en forma autoritaria. Aún en condiciones de absurdo e
irracionalidad, actúa sólo interesada en la defensa de sus intereses grupales.
Su noción de lealtad es bastante singular: responde al poder de un decreto
presidencial.
El predominio
de ese estilo de conducta en los más altos niveles de dirección del Partido, me
ha hecho comprender que, sencillamente, el PLD de Juan Bosch ya no existe.
Las bases del
Partido de la Liberación Dominicana siempre estarán en mi corazón, en mis
desvelos y consideración. De ahí provine. Por tanto, la conozco en su capacidad
de sacrificio, de dedicación y de amor al pueblo. Dondequiera que me encuentre,
esas bases del PLD recibirán siempre mi apoyo, respeto y gratitud.
A lo largo de
46 años, es largo el recorrido que he realizado dentro de las filas del Partido
de la Liberación Dominicana. He sido un hombre afortunado. He aprendido, he
luchado y me he confundido con el pueblo para ser parte de su historia. En la
memoria quedarán amigos, compañeros, y tal vez, muchas anécdotas que contar.
Ahora, con
mucho pesar, ha llegado la hora de partir. Sobre la marcha, tal vez sin
advertirlo a tiempo, nos diferenciamos. Hay quienes no podemos vivir en medio
de la mentira, el engaño, la manipulación, la doblez, el irrespeto, la
petulancia, el incumplimiento de la palabra empeñada, la simulación, la
hipocresía y la desfachatez.
Después de
haber vivido los 46 años más fructíferos de mi vida, de considerarme un humilde
discípulo de la escuela de pensamiento de Juan Bosch, presento, de manera
irrevocable, formal renuncia a mi condición de Presidente y miembro del Partido
de la Liberación Dominicana.
Ahora, guiado
por el espíritu divino, me esperan otros caminos por transitar. En principio,
la creación de un nuevo proyecto político: la Fuerza del Pueblo, que
procurará conquistar por fuera lo que
desde adentro nos fuera usurpado: la esperanza del pueblo dominicano por
siempre construir un mejor futuro.
La Fuerza del
Pueblo será un proyecto de unidad nacional, que va más allá de unas siglas para
representar los anhelos de las grandes mayorías. Será un proyecto profundamente
democrático, que apueste por el cumplimiento de las reglas de juego, la transparencia
y la participación dinámica de todos los sectores de la sociedad.
Será, además,
un proyecto renovador, en las formas y en el fondo; un proyecto cercano y
humano; en fin, un proyecto de futuro, integrado por hombres y mujeres, jóvenes
y ancianos, capaz de devolver la esperanza y la confianza del pueblo dominicano
en sus instituciones.
En lo
inmediato, con el apoyo recibido en las primarias abiertas del pasado 6 de
octubre, continuaremos sumando a distintos sectores de la sociedad dominicana,
deseosos de formar parte de una nueva organización política que abre sus
puertas a la participación democrática.
Estableceremos
alianzas con otras organizaciones políticas, con la sociedad civil, con núcleos
profesionales, con líderes sindicales y sociales; y de esa manera crearemos una
fuerza de oposición tan potente que en poco tiempo contribuirá a reconfigurar el
escenario político nacional.
Con esa fuerza
le haremos saber a los engreídos de Palacio que no se saldrán con la suya. Que
al pueblo se le respeta; y que se preparen para escuchar por todos los confines
del territorio nacional la consigna de que para el 20: ¡ E´Pá Fuera Que Van!
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